Por Lic. Julio Abanto Ll. IC-Ruricancho.
Con mi mayor afecto para Don Luís Candela y la Sra. Zarella Flores
El vino, bebida que por excelencia es apetecible para cualquier acompañamiento y brindis, ha sido producido no sólo en valles tradicionales de la costa sur, sino también en cálidos valles de nuestra serranía y pequeñas haciendas que existieron hace algunas décadas atrás, en nuestro distrito.
El Perú tiene una historia vitivinícola que se remonta a los primeros períodos de la colonia (mediados del siglo XVI), y es que son los mismos conquistadores europeos, quienes sorprendidos por las gratas condiciones climáticas, traen desde lejanas tierras las plantas de uva las que gracias al particular clima, al tipo de riego y suelo; adquieren, en esta parte del continente, sus propias características.
En el viejo mundo, la historia del vino es tan antigua como las civilizaciones que conocieron de las bondades de la vid, los arqueólogos han hallado sus semillas en sitios del valle del Jordán, también al este de Macedonia y en el Monte de Fotolivos, en Drama, lo que hacen reconocer su milenaria presencia del vino en las culturas del viejo mundo. Por otro lado, cuando observamos los murales de los templos egipcios entendemos que dicha bebida era deleite de Faraones.
En el Perú, según narra el Inca Garcilazo de la Vega, el primer español en importar uva desde las islas Canarias y llevarlas al Cuzco fue Francisco de Carabaotes. Para 1555, la familia de Garcilazo, recibe como obsequio de Bartolomé Terrazas un cargamento de uvas, las cuales fueron repartidas a sus vecinos de la ciudad imperial.
Con los años es la costa peruana -con mayor intensidad los valles del sur- que por sus suelos calcáreos han amoldado una producción prodigiosa y por demás recordar cuna de un fino destilado como el “Pisco”, un producto a no dudarlo 100% peruano.
Sin embargo, se puede decir que no existía hacienda o iglesia durante la colonia que no se procure abastecer de tal preciado producto, por ello, tanto la siembra de uva como la producción de vino no estuvo ajena a las haciendas del valle de Lurigancho, aunque las referencias al respecto son escuetas. Las diversas exploraciones arqueológicas que emprendimos hace veinte años en las alturas de la quebrada, nos han permitido reconocer rutas de intercambio y en los restos de antiguas estancias de lomeros y pasos naturales como el abra Collique, en Canto Grande , recuperamos evidencias de botijas y botellas en técnica del soplado, las cuales se fabricaron para transportar y mantener el preciado líquido.
Un dato irrefutable para lo afirmado se encuentra en “Memorias de las Comisiones Técnicas de Aguas”, del Ing. Alberto Jochamowits (1919:326), en el cuatro de Catastro del valle de Lurigancho, refieren que las los fundos Basilia y Platanar, propiedad de S. Trabuco y que cuentan con 32 ha., se dedican a la producción de vino.
La tradición oral que se conserva en algunos pobladores antiguos y los registros de uso de suelo certifican lo afirmado. Durante la década del 70, periodo de mayor expansión urbana, se ocasiona la destrucción y casi desaparición de los campos de cultivo, siendo diversos los fundos y haciendas del “valle de Lurigancho” que se dedicaron al cultivo de vid. Según el estudio Marcapomacocha (ONERN,1975), en el valle del Rímac se contaban con 680 hectáreas de las cuales solo 180 eran para la uva de mesa, las otras destinadas a la industria del vino.
Era sabido que haciendas como Mangomarca y Queirolo en Cantogrande se dedicaban al cultivo de la preciada fruta. Relatos de aquellos años nos permiten conocer su presencia en los huertos del valle: “Aquel 22 de febrero, de ese año (1973) en que las uvas ya maduraban y los tomates coloreaban, un tractor y mucha gente calentaban motores en San Hilarión Bajo; y otro equipo igual o mayor, ya levantaba polvareda en los que hoy es San Carlos en Canto Grande” (Alegre, s/f:109).
En año 2000 entreviste a Doña María Candelaria Quispe, tenía 85 años, era fundadora de la comunidad San Pablo de Mangomarca, desde muy niña trabajó en la hacienda de Miguel Checa, sus recuerdos son el mejor testimonio de la vida rural del valle: “Nunca he tenido miedo, acá los campesinos contaban del susto en la noche, pero nunca e visto nada, eso es mentira, no había nada, cuando mi esposo era guardían de la uva , íbamos a media noche, estando el cementerio por allí cerca, eso del susto, de las almas, es mentira, boca de la gente que cree, yo no tengo miedo, yo con mi machete iba de noche, nunca me paso nada”.
Otra antigua residente de Lurigancho, la Sra. Libia Arias, residente del histórico Pueblito nos confirmaba que por tradición de algunas familias como los Trabuco, de origen italiano, elaboraban vinos, parte de la producción estaban destinas a satisfacer la demanda de la familia y acompañar de manera maravillosa las tardes señoriales, acompañadas por la buena música y los alegres bailes. “Tremendas fiestas y buen ponche de su vino hacían los hacendados, nos invitaban y era de mucho gusto ver allí a las hermanas Travesí y a la señora Chabuca Granda, con quien varias veces he cantado” (testimonio: Libia Arias, 2005)
Después de cinco décadas, donde los fértiles campos se convirtieron en las actuales urbanizaciones; la tradición de una familia, cuyas raíces de amor a la producción de vino se remontan a varias generaciones, encontró la mezcla perfecta de continuar con su pasión, si bien la uva no se produce aquí, pues viene de su tierra natal: Imperial, en Cañete. En la actualidad, la familia Candela Flores, recuerda con nostalgia los pocos plantones de vid que sobrevivían cuando vinieron a vivir a la urbanización de Inca Manco Cápac, la costumbre del sembrado hizo que algunas cepas se repartieran entre los vecinos y las primeras cosechas fueron destinadas a la preparación vinícola, después de 20 años, esa idea se ha transformado en un excelente negocio que ha sabido despertar aquel adorado recuerdo de producir el mosto y el maravilloso fermento de uva que brinda como producto una variedad de vinos que sin duda conservan el buen gusto a familia y tradición.
Los vinos Candela de San Juan de Lurigancho, son sin duda, el producto de un carácter emprendedor y el bueno gusto al vino de campo, a esa madurez que año tras año los acerca a los renombrados del sur. Son el continuismo de una actividad que se creía perdida con el cemento y el asfalto y hoy al beberlos nos añora esa campiña luriganchina, al alegre canto del humilde labrador y la alegría de la faena comunal.
La empresa sigue creciendo, ahora cuenta con cultivos propios, su bodega es restaurante donde destaca el sabor de la sopa seca cañetana, tiene un alambique que produce al licor bandera que acá fue bautizado como Piskancho, es el lugar de tertulias y jornadas culturales y desde hace años realiza un festival comunitario, la Vendimia de San Juan de Lurigancho. Así nuestro distrito con esa mezcla de historias y costumbres. !Salud, señores¡ .
Referencias:
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