El oro de San Juan (de Lurigancho)

 

Articulo aparecido en el Diario EL Peruano

 

IMÁGENES EN EL TIEMPO

El oro de San Juan

José Vadillo Vila

Fotos: Archivo Histórico Diario Oficial El Peruano

El distrito más poblado e ícono de Lima Este, San Juan de Lurigancho, cumple medio siglo de vida política. Creció producto de las migraciones y sufrió los embates del terrorismo; hoy es uno de los más pujantes de Lima.

Por décadas, la avenida 9 de octubre y la ‘Curva del Diablo’ o ‘de la muerte’ –según la versión de cada caminante– que dibuja parte de la panza del cerro San Cristóbal frente al río Rímac, fue el hilo conductor exclusivo entre el Centro de Lima y el gran San Juan de Lurigancho.

Hoy, sobre esa misma y vieja avenida que combis, buses, automóviles, mototaxis y triciclos bocetean a diario se puede apreciar la vía aérea del Tren de Lima, un sueño que demoró 35 años en hacerse realidad, entre el primer y segundo gobierno aprista. Entonces, y en teoría, toma solo 55 minutos hacer en tren eléctrico la ruta entre San Juan y otro extremo e histórico punto de Lima, Villa El Salvador.

Pero las exclusividades tienen fecha de caducidad. En la década de los 90, bajo el mandato del alcalde de Lima, el ‘Hermanón’ Ricardo Belmont, se construyó el Intercambio Vial Este, más conocido como Puente Nuevo, que une las vías Pirámide del Sol y Chinchaysuyo con la avenida Riva Agüero, de El Agustino.

Unirse con ‘El Agucho’ y cruzar el Rímac y la Vía de Evitamiento dio otro sentido al distrito que había nacido pujante per se. No solo en su comunicación externa, sino también en lo interno. Los pitucos de Zárate-Mangomarca tuvieron más diálogo con sus vecinos de Canto Grande, de Los Sauces, San Hilarión, Canto Rey, verbigracia.

Seamos justos: existe un segundo puente, denominado Las Lomas, que se inauguró en el 2011, luego de que el primero del mismo nombre se desplomara en plena construcción un año antes (ambas, obras de su alcalde Carlos Burgos). Mas el volumen de tránsito que recibe no es ni una pizca del que se observa en Puente Nuevo. Seamos honestos: es casi un elefante blanco.

2.

El 13 de enero de 1967, el presidente Fernando Belaunde Terry rubricó lo que sería la Ley Nº 16382. La norma era una iniciativa del Legislativo. Su capital sería El Pueblito, centro conocido desde el Virreinato, donde se ubica la plaza de Armas del distrito y la capilla. Se creó así el distrito que, con el correr de los años y producto de las olas migratorias, se convirtió en el más representativo de Lima: el distrito del millón de habitantes.

Si en los años 70 la publicidad en periódicos ofrecía las bondades de adquirir un terreno en las antiguas haciendas, como la urbanización Zárate: una “miniciudad” que contaba con todos los servicios.

La década de los 80 fue decisiva para este distrito: su crecimiento de pueblos jóvenes fue exponencial, producto, sobre todo, de la guerra interna (1980-2000) entre las fuerzas del orden y Sendero Luminoso y el MRTA. Mas el distrito encabezó luchas por la paz.

Lima es la ciudad donde más se habla quechua, y la violencia fue una de las causantes. Por esos años llegó una gran cantidad de familias de Huanta (Ayacucho) que crearon asentamientos humanos cuyo epígono fue Villa Huanta.

Entonces, en los 80, el racionamiento o “cortes” del servicio de agua se volvieron una constante (sus urbanizaciones dependían del abastecimiento de pozos de Sedapal) de 24 o 48 horas. Una de las salidas fue la instalación de “bolsones de agua”, enormes colchones en las zonas periféricas, pero la situación fue una emergencia permanente del distrito hasta la siguiente década.

Los nuevos vecinos de los asentamientos humanos no tenían acceso a la electricidad, pero en estos dos lustros descritos las torres de alta tensión de sus cerros circundantes, resguardados por miembros de la Guardia Republicana (los famosos ‘repuchos’), eran derribadas por la dinamita de SL y se producían apagones en la capital.

Por su gran población, el distrito fue uno de los primeros en reglamentar (1993) el transporte de vehículos menores (léase ‘cholotaxis’).

3.

Quien pagó los platos rotos de las pasiones políticas de derecha e izquierda fue la escultura de seis metros de José Carlos Mariátegui (1994). Su enorme imagen metálica, construida durante la gestión del desaparecido alcalde Óscar Venegas Aramburú, daba la bienvenida al distrito en el cruce exacto de las avenidas Próceres de la Independencia con Malecón Checa (donde hoy hay un semáforo y un óvalo). Seis años después, y tras varios y penosos traslados, llegó a la entrada del AA. HH. Mariátegui, desde donde saluda con los Siete ensayos bajo el brazo.

Hoy, no es la zarateña avenida Gran Chimú, sino la avenida Próceres y su extensión, la avenida Wiesse, las que dibujan el devenir del distrito: abunda la oferta de restaurantes, hostales, divertimento diverso, salud y educativa (baste mencionar que la Universidad San Marcos tiene una enorme sede aquí), que se pueden ver desde el Tren de Lima.

La mayor parte del distrito, con los hijos de esos migrantes, gozan de todos los servicios básicos, más cable e internet. Con esfuerzo, dejan atrás esa huella de ser el distrito del país que concretaba, hacia 1996, el mayor número de pobres extremos.

No necesitó llamarse “Nuevo San Juan” (sobrenombre que su cuestionado ‘gerente-alcalde’ y amigo de la farándula, Ricardo Chiroque, quiso imponer en su gestión a fines de los 90) ni tampoco ser provincia (un proyecto del cual se oye en los Pasos Perdidos del Congreso cada cierto tiempo gracias al populismo). San Juan es oro, y ese oro son sus habitantes.

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